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Comunidades de práctica y su coexistencia con el organigrama.

Cuanto mayor es la comprensión de los retornos que producen las comunidades de práctica “más terreno gana al organigrama”, ya que estas llevan en su genética la sostenibilidad del negocio, claramente vinculada con la evolución del conocimiento, sobre todo del que reside en el componente tácito, que suele ser el verdaderamente diferenciador.
Comunidades de Práctica

El concepto Comunidad de Práctica reside en la esencia del oficio, en lo más profundo de la especialización dado que une a sus miembros por un vínculo afectivo con una temática concreta, si esto no es así, su tracción requerirá de predicación y esfuerzo motivador externo e intenso, complicado ¿no?.

En este sentido la propia identidad y encuadre de la organización genera el caldo de cultivo básico para que afloren o se decanten naturalmente las prácticas críticas que sostienen o legitiman el negocio

Dictarlas puede ser un enfoque banal si las prácticas no se sienten críticas o motivadoras. Obviamente en el ámbito de las organizaciones deberían acompasarse ambas características, no sirven recetas de un ingrediente.

Por tanto, estas comunidades llevan en su genética impresa la oportunidad, y más si cabe la sostenibilidad del negocio, claramente vinculada con la evolución del conocimiento, sobre todo del que reside en el componente tácito, el que es verdaderamente diferenciador.

Lo que sucede es que esa oportunidad se confunde con diferentes resultados, a saber, establecer un marco social de debate e intercambio, producir resultados a modo de manuales, estudios, etc., y configurar un branding o liderazgo efectivo en la temática especializada en cuestión.

Todo este empuje necesario abre una puerta a los aspectos psicológicos que caracterizan el manejo de los equilibrios entre los objetivos organizativos e individuales, lo que posiciona a las comunidades de práctica como herramienta corporativa dejando al margen otros esquemas de comunidad que salen del contexto de las organizaciones.

Sin duda una comunidad de práctica tiene sentido y será cuando este equilibrio esta cerca de su punto medio dado que la contraria suele pervertirse como parte de un ejercicio de autoridad contraproducente con el espíritu colaborativo, participativo y constructivo de estas comunidades. Es evidente que la reciprocidad es un factor elemental para este tipo de mecanismos.

Ahora bien cuanto mayor es la comprensión de los retornos que producen las comunidades de práctica “más terreno gana al organigrama”, requiriéndose cierta proactividad e incluso productividad aflorando la necesidad de plantear la tarea del coordinador o moderador de estas comunidades, papel multifunción que va más allá del control, ejerciendo labores dinamizadoras, de liderazgo, de proposición, de enganche con los rendimientos esperados por la organización.

Sin embargo esta figura no puede decretarse, deriva del reconocimiento social del oficio, de patrones culturales que permiten discriminar e identificar ese carácter diferenciador que requiere esta crítica función.

Relacionado con este argumento se encuentra un ejercicio de notoriedad que legitima y ensalza la tarea específica de las comunidades de práctica, situación que se convierte en sencilla si su conexión con objetivos del negocio es clara, evidente y lo más directa posible. Por tanto desde el liderazgo interno y, sobre todo, desde la consideración externa, se configura un halo de branding hacia la comunidad de práctica en su conjunto e incluso bajando al plano de los individuos. Crear una referencia, internacional (así debería ser), no depende de lo que la comunidad de práctica es, sino de lo que considera que es la comunidad temática mundial relacionada con la especialidad concreta.

De todas formas, este escenario colaborativo desarrollo un fenómeno de clusterización del conocimiento que apoyado en varios de los aspectos ya comentados parece asentar su funcionamiento en el establecimiento de clanes donde criterios como afinidad, confianza, etc., inyectan energía al motor de las comunidades de práctica cuya velocidad se correlaciona con los niveles de cohesión existentes en estos entornos. Se podría plantear que en las comunidades de práctica no sólo es importante la práctica sino también la comunidad, un ejercicio de comunión se encuentra en el camino del éxito.

Ahora bien estos patrones reconocen un comportamiento deseado que debe diferenciar a los individuos seguidores (activos) de los no seguidores (pasivos), si esto no es así pueden resquebrarse los pilares del fenómeno comunitario dado que como contexto social que es, genera interactividad con otros colectivos, comparaciones inevitables que pueden promover u obstaculizar las actitudes necesarias para las comunidades de práctica. Este patrón se ciñe a la existencia de una política, un ambiente, unos códigos que suelen encapsularse en el concepto “cultura” cuya característica relativa a compartir, transferir y socializar resultan ser condiciones de base ineludibles.

Cultura que se estructura en el espacio social, generalmente laboral, que hasta hace pocos años se caracterizaba por un planteamiento de “socialización presencial”, lo que restringe el fenómeno de las comunidades de práctica a momentos y lugares, binomio que se rompe con las tecnologías de la información y las comunicaciones, conectando interesados y apoyando la labor de generación de trazabilidad de los registros intercambiados. 

No obstante, esta apertura impacta más en la accesibilidad que en la cantidad dado que posiblemente esa condición de clan, de familia no puede ser exagerada en número lo que supone que las comunidades de práctica desarrollan su potencial en una dimensión intermedia, con suficiente empuje para considerar una integración de voluntades y puntos de vista pero con la concentración suficiente para cumplir con muchos de los aspectos básicos que las dinamizan.